Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
Ahí habitan ecos de voces nocturnas, que en los setentas y ochentas salían en la noche del cine, ahí hay gatos tuertos, que sueñan entre los que pasan, otros gatos modorros, desde hace siglos están ahí, no se sabe cómo hacen el relevo de la muerte.
Hay gallinas con sus pollos, hay una especie de hoyo pedregoso, al que da la impresión de tener cerca y resulta inaccesible, al pasar por ahí te vuelves onírico, sin saberlo te adhieres al cuadro de sombras y destellos. Es un lugar en el espacio que se distancia del espacio y el tiempo no es.
Hay una casa minúscula, donde habitan brujiles pero inofensivas siluetas, a la derecha huele a caca de gallo, a la izquierda huele a pargo frito, pareciera que los brazos de un gigante de múltiples dedos alargados, cobijaran aquel sitio encantado, es un árbol sin pájaros visibles y con ojos en las hojas que se miran entre sí y lo miran todo, desde la ausencia, hasta el deambular taciturno del que sube la cuesta y se acostumbra a la penumbra pasajera del recoveco. Ahí sucede que uno, se dispara en melancolía, disparates que son certezas entre telares de arañas furtivas, con esas famosas moscas que ni saben nuestra historia. La casa como vagón de tren de madera descarrilado, como casquete de barco que no tiene timón y nunca lo tuvo.
Ahí todo el que pasa se sabe en algo, suspira o toma aire.
Ese lugar tiene, escombros de marineros, maderas apiladas y apolilladas, de antiguo galerón fantasma, en ese lugar ni el borrachín se estaciona, caminas porque es de paso, no hay miedo, tampoco hay sosiego, es un lugar neutro y pasajero, un lugar que olvida que pasaste y que pocos recuerdan, nadie dio un beso ahí, ahí ni siquiera llorar es bueno.
No se sabe qué hora es, tampoco se trata de eso, quizá es una eterna noche, aunque son sólo once pasos del pasadizo surrealista del puerto.