Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
He viajado y siento y sé que debería viajar más. La edad cambia las energías de viaje como las perspectivas.
Antes de los veinte, recién salido de la preparatoria, viajé a la ciudad de Guadalajara a estudiar y en ella me quedé. Los primeros viajes, que hice ya siendo “estudihambre” fueron más o menos así.
Cantaba en algún lugar, daba un concierto y como no tenía a quien rendirle cuentas, lo que ganaba y así como va, saliendo de la tocada me iba a la central de camiones y veía las rutas y destinos y decía a ver, a ver, vayamos a Morelia o a Queretaro, qué sé yo, y ya, me iba. Mi onda era así, ya compraré alguna camisa con lo que saque tocando en algún bar, (o sea no llevaba más que la guitarra de equipaje) pediré oportunidad, así de emergente y qué creen, lo hice, lo hice muy poco, pero lo hice.
La siguiente etapa de los veinte a los treinta años, viajé programado, ya que estaba recién casado, se trataba de trabajar. Viajé a festivales, a conciertos en peñas, en bares, en centros culturales. Fui a Puebla, Morelia, Hidalgo, San Luis Potosí, Cuernavaca, Ciudad de México (aunque iba poco, en la primera etapa) pensaba que yo era como los dorados de Villa, primero iba a atacar el norte, las provincias y después la gran ciudad.
En esos años pasaron muchas cosas, tuve un auge en mi música que quizá, no supe cómo afrontar, quizá no estuve muy listo, me patrocinaron discos, conocí a trovadores internacionales, estaba en las televisoras independientes y en las radios universitarias de varios lados del país, mi música se podía encontrar en el auge de los vendedores “piratas” y colecciones. En fin, pasando los treinta años, ya viajaba en aviones, de acá para allá y me atreví, al principio casi de mochilazo a ir a Estados Unidos a cantarle a quien se dejara, a mis paisanos hispanohablantes. Viajaba pues a Tijuana, viajaba o llegué a viajar a Campeche. Recuerdo en la etapa de los treinta, haber ido con un grupo de amigos a la aventura al Cervantino, nos plantábamos en la calle, al paso de la gente. La gente nos cooperaba en el sombrero, monedas, billetes, pastillas efervescentes para la indigestión y la cruda, cigarros, condones. Esos amigos éramos una bandita con percusionista, saxofonista, coros, yo a la guitarra y voz. Luego esa noche llenamos un par de noches, un lugar donde se presentaban titiriteros y nos recibió “El Vampiro” no cabía ni un alfiler en el lugar.
Esos viajes a Puebla, eran algo vertiginosos, bastante intensos. Comparto una anécdota, una vez un amigo que me encontré allá en la ciudad de Puebla, me dijo: te doy mi boleto de avión y llévate mi identificación, (no pasa nada) me convenció, dame lo que sería el dinero del camión, me dan vértigo los vuelos, me dice, aprovecha y te vas en avión. Y dale que me ánimo (la locura juvenil) ya estando en la sala de abordaje, (la verdad es que me distraje y me le quedé viendo a un oficial) se acerca el federal y me pregunta mi nombre: Manuel Gallardo, le digo, y ve la foto y me ve y mira la foto y me ve y yo (hasta eso, tranquilo, no me quedaba de otra) le dije, la barba, traigo barba en la credencial por eso me ve diferente y contesta - ¡Muy diferente! y me da mi credencial y yo abordé aterrado.
Algunas ciudades y lugares a los que fui, ya no los recuerdo, a veces me han dicho, -ya estuviste aquí mismo y yo, no recuerdo.
Sigo viajando, pero las cosas cambian, hay que cuidarse más, las carreteras ya no son tan seguras, la energía no me da para tanto, la edad y la trayectoria me ponen también en otras condiciones de viaje. Quiero viajar, seguir viajando, desde luego, a esos lugares que no he ido y que son muchos, porque ya conozco la sopa de almejas en pan blanco del embarcadero en San Francisco, los tacos árabes, los tacos gigantes, los callitos de lobina, las discadas, las chalupas, las enchiladas potosinas, los gazpachos, las corundas…
La vida es sueño, yo diría además, vivir es un viaje y viajar es soñar viajando.
Ahora se viaja diferente, las carreteras son de cuidado extremo, lo digo porque anoche nos detuvimos en un tramo de Michoacán, voy llegando de un viaje en carretera, con la familia, y es cosa distinta y con ojos de este cincuenton, algo correteado por estas carreteras de los años.
Les dejo aquí abajo, la canción que narra cuando salí de mi terruño en mi primer viaje, dejando casa, raíces, familia y amigos allá en mi adolescencia a los diez y siete años.
“Ingravidez”
“El horizonte es mar, el tiempo mi canción, la vida era pura y era pura ingravidez”
Foto de Diego Jimenez en Unsplash