Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
Mis hermanos me enseñaron a andar en bicicleta y recibí buenos “guamazos” en el intento. Después hacía acrobacias, creo que fueron buenos maestros, un poco rudos, porque mi hermano Rubén (que en paz descanse) me enseñó a nadar, aventándome a lo hondo y yendo a rescatarme. Yo, un bebé de overol allá iba a dar cuando mi fortachón hermano me sujetaba de los tirantes y luego divertido iba por mi. Siempre hay enseñanza por lo menos para reírnos y contarlo hoy en este relato.
En aquella primaria del puerto de Topolobampo tuve diversos profesores, recuerdo uno que cantaba, con bonita voz, por cierto “son nuestros los frijoles de la olla y nuestros son los platos de arroz, hagamos chilaquiles con cebolla y vámonos al mundo los dos”
Recuerdo en la primaria gigantesca a la maestra Emilia, imponente voz y con una educación evidente. No me dio clases, pero una vez nos ensayó para una poesía coral, izquierdosa que aún me sé:
“revolución oh anuncio proletario, tú romperás el yugo del burgués, revolución que cumple su destino, es inmortal, es luz de redención, ayer sufrió vilezas el obrero, humillación que al fin pudo vencer y unidos todos por un nuevo sendero se llegará ese día de nuevo amanecer, la libertad, la tierra campesino, son para ti, ya no tendrás patrón, revolución que cumple su destino, es inmortal, es luz de redención”…
En la secundaria tenía una buena maestra de ciencias sociales, atea, comunista. Imaginen a esa edad y ella nos confesaba que era atea y para uno, todo inmaduro y rebelde, cualquier cosa era motivo de provocación y todos los días me despedía de ella: -hasta mañana si Dios quiere! -y si no quiere también - contestaba la maestra Salustia.
Siempre pensé que era un juego en el que yo ganaba, porque al decir ella que aunque Dios no quiera, nos veríamos, estaba otorgando la posibilidad de existencia aunque negando la omnipotencia.
Tuve muchos maestros que olvidé, otros ahora son mis amigos. Recuerdo al maestro Ham, un descendiente de chinos con cara amable que nos decía “las matemáticas son la cosa más simple del mundo” y creo fue mi mejor época de matemáticas, ya que no era lo mío, lo mío era la música (por cierto llena de matemáticas) la poesía, incluso la actuación. Imitaba a los maestros y me ponían a imitarlos en los festivales, eso causaba que mis notas fueran más bajas, pues en algunos casos se enojaban.
En la preparatoria ya estaba con un pie en la trova y recuerdo a un maestro de “humanidades” que nos ponía a analizar “Te doy una canción” de Silvio Rodríguez y decía que “Jacinto Cenobio” de Pancho Madrigal era toda una clase de civismo y “Te doy una canción” la mejor declaración de amor a la patria.
Ser profe no solo es andar con una lista y algunas carpetas y apuntes de incidencias y llevar contenidos a las aulas, ser maestro es ser maestro, en la vida misma, ser verbo encarnado, (no se trata de ser perfecto, eso corresponde a la moral, al contrario, ser perfectible) pero ser maestro que te deje un algo, para no olvidar, un para siempre.
Me he rodeado de docentes, gente brillante en la aplicación y forma de llevar conocimientos, quienes huyen de la mediocridad y que estudian las formas de aprendizaje.
Cuando llegué a Guadalajara, siendo un jovencito, quería no sólo aprender, aprehender, adiestrarme, en el arte de hacer canciones, de poetizar, entonces me juntaba con locos de la facultad de letras y ahí conocí al poeta Javier Ramirez, quien me dijo, ¿quieres un buen maestro? Busca a Ricardo Yáñez. Un día contaré más sobre Ricardo Yáñez, poeta, tallerista y maestro (como luego decimos) de maestros.
Con su método, con su encaminada, me enseñó incluso a cantar, a ser más en el canto, a activar mi sensibilidad y atender a esa percepción que tanto busqué y que se traduce en sentido artístico.
He dado clases y ahora puedo ver a muchos alumnos que tocan al piano piezas que yo no toco, pero yo los llevé, puse mi semilla en ellos para que soltaran y supieran que pueden, pacientemente desgranar su sentido artístico. A la Maestra y al Maestro que al pasar los años se les recuerda con ese aprecio que pusieron, al dedicar algo más que horas de dictado, al ser presencias que con estar y ser, nos dejan para siempre, algo que nos servirá para esta vida que nos toca vivir y como escribió García Márquez “a la vida no le enseña nadie” y la vida es la maestra y cada uno es una vida y padres, gente ocasional, (en esta “rebatinga” de ir y venir) quienes mal enseñan y bien enseñan y más a los que se reparten y se llevan a uno de tarea en su mente y aprendió el aprendiz para ser en esencia en esta vida, vida y obra, obra maestra con fracasos y hallazgos donde se cierne el conocimiento. Por eso, ¡música maestro! ¡manos a la obra!
Felicidades profas, profes y másters. Que vivan sus corazones.
Foto de Debby Hudson en Unsplash