Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
El cuento de Emilio, se puede leer por apartados (aunque no estén ajustadas a exacta simetría) desde el último hasta el primero, cronológicamente, es decir, empezaré por el final.
Emilio es un niño genial, es mi alumno y es mi amigo.
Sí, se puede decir que somos amigos, no hay otra forma, que el cariño de amigos el que nos une, aunque soy, su maestro, es también mi maestro, porque el buen alumno crece y enseña, porque el buen maestro aprende y crece, al ver crecer, con ojos de asombro, ambos florecen, porque hemos entablado una comunicación buena, muy buena, de mucha risa, la diversión ante todo, bendita diversión, bendita chispa, con aviones de papel, porque es aficionado a hacer aviones de papel, mejor dicho, se ha vuelto experto en diseños de papiroflexia especializados en aviones de papel, aviones de papel que vuelan hacia arriba, que vuelan recto, que zigzaguean, que tienen efecto boomeran, que mueven las alas. Allá va el niño Emilio, corre que corre al verme llegar con su nuevo diseño aerodinámico. Su mamá le ha comprado un libro de más diseños, con ellos me recibe a la hora que voy llegando a su casa.
Su manera de tocar el piano, es de manos inteligentes, dedos que ya quieren ir más allá, explosiones de intercomunicación cerebral, motricidad de avanzada que atiende la técnica después, porque es como un vuelo su aleteo de grácil pensamiento.
Vive en una casa con altas ventanas y luz por todos lados, con un piano blanco, -hola, cómo estás, le digo y contesta ya tocando y luego contamos un chiste, por ejemplo hacemos cara de conejos queriendo morder una zanahoria o le digo que solo sonreiré si toca bien enfocado al piano, si se distrae y voltea a verme, me pondré enojado y cuando voltea a verme pongo cara teatralmente de maldad, usando cejas y mirada y cuando se pone a tocar, mi cara es de contento y como sé, que me ve de reojo, porque quedo en el espectro visual, su diversión es atenta, en el reto y tarde o temprano sucumbimos a una risa contenida, que ya era hora de dejar explotar.
La hora se va volando, la clave de ser maestro es la clave de comunicarse, en esa técnica holistica, de analizar qué estamos siendo en el momento de estar, qué influjo de la vida, nos lleva a la experiencia de aprender y vivir la belleza del arte y se vuelcan experiencias o se llega a lo “experencial” si se me permite ese término. Emilio y yo hemos hablado de Tesla, del número nueve y sus multiplicaciones infinitas, que resultan en nueve, la habilidad mental de Emilio es impresionante, ha tenido el estímulo y acompañamiento de parte de sus padres, por tal motivo, tiene destrezas notables.
A una de mis alumnas pequeñas, le llevaba algún chocolate, porque no encontraba el click de aprendizaje, funcionó, un día le dije, ya creciste, ya aprendes, así es que eso
del chocolate será opcional o de vez en cuando, ella también es muy inteligente, quizá valga la pena dedicarle unas letras especialmente en torno a ella.
Con Emilio tenía sesiones de esperar a que pasara el desasosiego en el que intentaba meterme, cuando empieza a distorsionar las piezas y a tocarlas por su cuenta (por su cuenta y matemática) en otras tonalidades, como variaciones asombrosas y le digo, vamos a ver tres cosas, metrónomo, pieza y lectura de partitura y él, ¿esto? (y se pone a tocar una variación irreverente) y yo anonadado, sin demostrarlo mucho, aprovecho para preguntarle, qué modo es ese, entonces “saco alguna paloma de la chistera” y le dedicamos tiempo a analizar sus peripecias, o sea Emilio ya sacó palomas, conejos, serpientes y hasta elefantes de su chistera, entonces tengo que dar la maroma y le digo algo que lo ponga a prueba o al borde de la risa, hasta que la empleada doméstica, como encargada de supervisar el desempeño, le llama la atención, -Emilio, se la han pasado jugando- y yo aprovecho el aventón para decirle, ándale, nos quedan unos minutos y todo fluye, aunque, dicho sea de paso, nadie puede meterse con mi didáctica y modo de comunicarme con mis alumnos de manera eficaz y cada uno tiene o tenemos un lenguaje, en fin, digo, pienso y sostengo, si no aprueban esas formas de entablar mi diálogo, (que es mi trabajo) no hay maestro, no hay clase y mejor sería que se busquen un profe tradicional, porque acá la experiencia es el diálogo y la comunicación, solo así hay un hilo de aprendizaje.
Hay alumnos con los que de pronto, hemos perdido ese hilo, entonces volvemos a empezar y les digo, ¿qué música escuchas? ¿por qué te gusta la música? a ver, canta un poema, -profe, yo no canto, cantemos un poema con más razón, pero con Emilio la clase con risa-terapia, es un poema.
Ahora, por ejemplo, somos muy compadres, pero le tengo que recordar que estoy ahí para darle clases, me da regalos de navidad y me ponen muy contento o sonrojado y a Emilio, ya no me lo llevo de tarea, ya sé que todo funcionará. Ya fue mi tarea.
En las primeras clases le di el reporte a su mamá, (aquí me río) o sea, lo acusé con su mamá. -No se puede, es tremendo, necesito que se aplique más en clase, juega, se ríe, se distrae, pero dentro de esa distracción, veía que respondía toda parte teórica, quise atraparlo con adivinanzas de canciones infantiles y él, me les cambiaba la letra, con un ingenio al que no podía, ni me limitaba a quedarme atrás, entonces los juegos fueron literarios y de chiste tras chiste.
Empezamos las clases de piano con lecciones de Beyer en ese su primer teclado y voló aprendiendo.
Le dije a su mamá, creo que Emilio necesita un piano de verdad. Tuvo entonces su piano de verdad, nada desperdiciado.
Antes y en un principio intentamos que aprendiera guitarra y ante cierto desgano, dejé de ir un tiempo.
Le había comentado a su mamá, -Emilio insiste en que a él lo que le gusta es el piano, no la guitarra.
Luego me llamó su mamá, -¿puede Emilio tomar clase de piano contigo? le compramos un tecladito.
En esas primeras clases de guitarra pienso que me puso a prueba, “me puso a parir chayotes”, fue una difícil ¿audición o dictamen? no sé, pero me movió los enfoques, entonces yo me decía, este niño tan inteligente, aprende porque aprende.
Llegué un día a conocer a Emilio quien realmente, me ha llevado por el mejor camino que un maestro puede llegar a tener, con un alumno y con cualquier otro ser humano, el camino del cariño y de la amistad, el honor de ser parte de su infancia y de su historia y sobre todo que forme parte de mi historia también.
Les comparto esta canción llamada “El tiempo” de mi disco “Canto nuevo para niñ@s”
Abrazo de domingo!!!
Foto de Aaron Burden en Unsplash