Es
Todo el tiempo para mí, como si no hubiera pasado, cual ningún lazo en otro lugar, como la vida ahí y ahora, por lo menos en un tiempo breve, de varios días y noches.
Ámsterdam: que hablando inglés, el idioma …
Héctor una mañana, despertó no siendo Héctor, es decir, no piensa ante el espejo, ey, soy Héctor y tengo responsabilidades de Héctor, tengo que comportarme como Héctor. No, Héctor no piensa así, Héctor un día amaneció sin nombre.
Fue entonces que el hombre sin nombre, se enfrentó con el primer reto de ese amanecer, pensó, no soy el que era, pero debo hacer lo que hacía el que era, (vaya dilema) y se preparó para salir al trabajo del que ya no era, sentía una extrañeza al cepillarse los dientes, sin sentir que tenía un nombre, al principio fue desconcertante y en muy breve momento lo vio normal, lo empezó a discernir, a entender, se dijo, ah, resulta que este día amanecí sin un nombre.
Salió por la calle el hombre sin nombre, hizo su primer abordaje de ruta urbana de camión, ¡era su primera vez! ¡su primera vez sin nombre! y llegó hasta su trabajo (en el trabajo, tenía el nombre, que llevaba puesto un día antes, desafortunadamente) y la señorita de recepción le dijo, -hola Héctor -no soy Héctor, hoy no tengo nombre, ella enmudeció, procesó, y dijo -qué rara broma Héctor, con cara sonriente y extrañada por aquel comportamiento inusual, de aquel individuo de mediana edad, a quien todos los días veía, bueno, pase (le habla de usted ahora) ex Héctor, pase a trabajar, que yo lo anoto y, efectivamente, la chica lo anotó en su libreta de ingreso.
El hombre sin nombre, trabajó.
Su trabajo consistía en aplastar con una especie de máquina de suaje industrial, los zapatos deportivos en serie que venían por esa banda, no sin antes ser revisados, uno por uno, por otra persona en su rol de control de calidad y poner así una capa de suela o algo similar, que conforma un calzado de esa marca tan prestigiada.
Algunos, no muchos, mejor dicho, uno que otro, le saludó -qué tal Héctor, pero él reconocía a todos menos a su nombre y recordó entonces que tenía otro nombre, sus padres habían decidido dictatorialmente, que su hijo fuera Héctor y otro nombre más, que nadie usa, o por lo menos, la gente en ese entorno no conoce.
Regresaba a casa, casa repleta de su, apenas reciente, ex nombre, en las gavetas, en los documentos, en los recibos, de aquel nombre con segundo nombre y dos apellidos, que por ahora, eran como disparates, que no obedecían a la inteligencia que en él, hacía más que jugarretas; dislocadas pruebas abrumadoras ante su realidad.
Aquí el asunto era, que despertó sin nombre, por tal, sin nombres, ni apellidos, el nombre o los nombres no eran convexos a su concavidad, no embonaban con él, no había etiqueta nominal, que pudiera ser un distintivo, que a su vez fuera acorde a sus ojos, a su cabello negro, a sus nuevas canas, que asoman un poco, no es que hubiera tenido un enfrentamiento con sus dos nombres, era que, quien sabe qué murió o qué nació en él, para que sucediera que ese amanecer, ese día nuevo, fuera también como él se sentía, nuevo, un nuevo hombre ya con sus años, pero sin nombre.
Héctor en mi, decía, ya no soy Héctor, ya encontraré el nombre correcto que hoy embone a mi ser (se decía esto mismo, en diferentes conjugaciones) ¿qué tal silbar? mira, se dijo, silbo más o menos y ¿qué tal para cantar? cantó: la la ra ra la, mira, se dijo, canto, pero Héctor recuerda canciones, el hombre sin nombre no, ese las encuentra y hay en su interior pensante, una especie de abismo o cielo interior, un lugar inhabitado, al que llega y hay una especie de firmamento entre cielo y mar, por decirlo sin poder decirlo, ni describirlo bien, yo que escribo con un nombre ahora, quizá nunca lo sabría, o no daría con la descripción precisa, para volcarlo a ustedes, a ti que lees esto y ¿te llamas? ¿ya ves? tú sí tienes un nombre, pero el sujeto que nos ocupa no, no por ahora y no hay palabras que puedan ser puntuales a ese universo, al que no nos queda más que tratar de acercarnos en este relato, de aquel hombre sin nombre, sin embargo hay que decirlo, se trata de que hay otro canto ahí en ese hemisferio abstracto de imágenes y dice, o se dice, el hombre sin nombre, eso me es nuevo, eso que está allá, en un lugar abandonado por mi, pero siempre nuevo, es como un Edén perdido, pero no del todo, ese canto es mío.
El hombre sin nombre estaba disfrutando su momento, era como aire puro, -no tengo nombre, se decía, no tengo nombre, (y bajaba a ese entramado de presencia mundana) pero soy alguien en la vida.
Le duró poco el disfrute, le llegó una pequeña ansiedad, ansiedad que jala al itinerario monótono que te sitúa en un sistema, en cualquier sistema, (que como toda ansiedad parece mortal, una camisa de fuerza de la mente) entonces cayó, sucumbió, quiso volver a tener nombre, invocó su nombre, desterró su ‘sin nombre’ y se dijo al espejo, apenas al volver a su casa, -regresa nombre, o ¿qué harás mañana que tengas que firmar un documento? mostrar tus credenciales, firmar un pagaré.
Entonces el nombre le fue devuelto y sintió que lo abrazó esa noche, con llanto, le dijo, no te vuelvas a ir de mi, no me hagas eso y el nombre le respondió, estoy para ti, aunque tienes homónimos, hay algunos Héctor que comparten tu nombre y tu ‘ser sin nombre’ es un ser único y yo, no soy nada, solo una conjugación de letras y sonidos, eres tú el hombre sin nombre, que me usa, desde antes de que aprendieras a hablar te ponen, te pusieron, te impusieron mi sonido, soy inmaterial a diferencia de esa camisa sucia, que puedes lavar, cambiar, remendar o remplazar.
Gracias por leer. Feliz domingo frío de carnaval. Les dejo mi canción “Nostalgia”