Eran tiempos que parecían la realidad, era la roncha de mi adolescencia y ahí estaba Danae.
Una mujer con unos ojos enormes, reminiscencia de hippie, mujer amorosa y oídos es lo que me hacían falta. Ella, mi amiga querida, era mi oído, a quien le confiaba mi vida, como confía un ciego el camino a la persona perfecta. Demasiadas horas de no saber qué hacer, demasiadas horas para cantarle canciones, para creer que la vida ya era un cuadro.
Pintaba Danae, escribía poemas. Llegaba a La Peñita, los noventas eran el júbilo de una década de mucho colorido, asomaba la tecnología.

Era ella una amiga, como fue mi amigo aquel poeta albañil, José Ramos, con quienes me sentaba a tomar café y charlar, por largas horas, como queriendo descifrar mi propia juventud a través de ellos. Yo creía saber la vida y a la vez que no media el peligro, tenía miedo como todos. Sufría, sufría siempre por amor, por la primer novia del puerto, por los desencuentros actuales de aquel presente, porque no sabía si sentir era bueno o malo y creía más bien que era malo y que inevitablemente era muy sensible. Danae llegaba con algunos lienzos, con algunas obras que vendía en el tianguis cultural, llegaba con aerosoles y joyas artesanales, al café, seguida por sus hijas a veces y siempre por la menor de ellas.
Era una mujer que vaticinaba el porvenir y aunque uno no le creía del todo, sucedió lo que ella dijo, decía que en el futuro su hijo “El muerto” músico de Radahid, iba a llegar muy lejos, me dijo, y aún era muy incipiente el gran Saúl Ledesma, Saúl nos veía los acordes mientras mesereaba en el Café El Solar, donde cantábamos, trovadores y roleros. Decía Danae, están innovando, están con todo, vas a verlos en muchos lados, hasta en la televisión y tú, me decía, la tienes difícil pero serás reconocido, todo a su tiempo, tendrás mucha historia y cosas buenas por contar, me decía, tendrás muchos amores y también me contó con sus palabras lo siguiente: a mi hija le puse Nayeli, porque  significa te amo, cuando nació vi su futuro, va a batallar mucho con su carácter, con su modo de ser, entonces cada vez que alguien la maldiga y diga su nombre estarán diciendo “te amo” a la otra le puso Aisha, porque podía ver su tendencia a la intensidad, que puede llevar a la destrucción, entonces le diremos “vida” para que esté llena de vida, hay que ayudarles con el nombre, el nombre es una marca.
Había leído todo lo de Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda, la gran Danae, mi amiga que me adoptó, me consintió como a su hijo, se angustió por mí como una madre, entonces llegué a ver como hermanos a sus hijos. Era un mundo muy ajeno a mí, por el prejuicio cultural, sin embargo cercano, por la inercia del encuentro. Tardes y noches de no saberme timonear y llorar sin lágrimas y ver su mano joven, su mano amada, su mano amiga, junto a mi mano.

Cuando murió, no recuerdo qué pasó, es posible que yo anduviera fuera de la ciudad, es posible que fue un secreto y me enteré después. Pasó el tiempo y escribirlo me remonta a un tiempo en el que fuimos, fui, un alma queriendo evolucionar, con una tristeza milenaria que debía atender y no era posible entender, tuve su amistad, la amistad sin edad, la amistad de magia, a veces maternal, a veces cómplice de Danae. Por siempre en el infinito, agradecido porque es verdad, Danae, me ha pasado eso que dijiste, qué bonito fue y qué honor aquellas tardes y noches de horas interminables, te hablo y te canto, te agradezco y te recuerdo y no te olvido, como cantó Milanés “tal vez te sienta en cada acto en que soy, y sigo siendo el que te dio: amor”

Aquí está bella canción, esta vez de Pablo Milanés

Queridos muertos